V – Cuando la salud se enseña: educación en el campo de salud en Colombia desde el PDSP

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Cuando la salud se enseña: educación en el campo de salud en Colombia desde el PDSP

En un salón de clases, los estudiantes se sientan en fila mientras una enfermera les lee en voz alta un folleto sobre la importancia de lavarse las manos. Ellos escuchan, algunos bostezan, y al final firman una lista de asistencia. Esa escena refleja la versión más tradicional de la educación en salud: transmisión de información de manera vertical, con poco diálogo y casi ninguna apropiación real.

En otro escenario, un grupo comunitario organiza un encuentro en la cancha del barrio. Allí, vecinos y vecinas discuten cómo mejorar la alimentación familiar con los pocos recursos disponibles, acuerdan huertas caseras y los jóvenes diseñan murales para promover el autocuidado. No hay listas de asistencia ni discursos unidireccionales: hay conversación, construcción conjunta y aprendizajes que se traducen en cambios cotidianos. Esa es una aproximación más cercana al socioconstructivismo, donde las personas participan activamente y se reconocen como protagonistas de su propia salud.

El Plan Decenal de Salud Pública 2012–2021 se movió entre estas dos formas de entender la educación, con opciones en el medio: en la práctica predominó una estrategia centrada en transmitir información y medir resultados basadas en el número de actividades realizadas. Pero también hubo experiencias que rozaron lo socioconstructivista, abriendo espacios de diálogo y participación, aunque sin consolidarse del todo. Esto deja abierta una pregunta clave: ¿logró la educación en salud convertirse en un proceso capaz de transformar realidades, o quedó reducida a campañas pasajeras que difícilmente dejaron huella en las comunidades?

La educación en el PDSP 2012

En el PDSP 2012–2021, la educación en salud fue concebida como un instrumento transversal que debía acompañar las acciones de promoción y prevención. Sin embargo, lo más limitado no fueron las actividades en sí mismas, sino la manera como se diseñaron y ejecutaron los programas: se entendieron, en su mayoría, como espacios de transmisión de información, donde el énfasis estaba en entregar mensajes y medir resultados a través del número de charlas, talleres o campañas realizadas. Este enfoque redujo la educación a un recurso operativo más, sin reconocer plenamente su potencial como proceso crítico y transformador.

En ese marco, las iniciativas tuvieron otros problemas ya conocidos: discontinuidad por la rotación de equipos, dependencia excesiva de contratistas y escasos recursos que impedían sostener programas en el tiempo. Pero la raíz de las limitaciones estaba en la forma de entender la educación: se la asumió como un medio para “informar” y no como un campo de acción política capaz de cuestionar y modificar las condiciones sociales que determinan la salud.

Aquí resulta clave recordar la diferencia conceptual planteada por el profesor de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, Fernando Peñaranda: hablar de educación en el campo de la salud va más allá de la ya también tradicional “educación para la salud”. Mientras esta última suele enfocarse en modificar comportamientos individuales a partir de mensajes preventivos, la primera propone una comprensión más crítica y políticamente comprometida, que reconoce a las comunidades como sujetos activos, capaces de disputar sentidos y transformar realidades en torno a la salud.

Taller de prediseño comunitario rural. FNSP. Fotografía: Esteban Ruiz.

Tensiones y desafíos

Uno de los grandes dilemas que enfrentó el PDSP 2012 fue la desarticulación entre la política y la realidad educativa de los territorios. Aunque en los documentos se hablaba de educación como un eje transversal, en la práctica cada municipio interpretó esa tarea de manera distinta: algunos la tradujeron en campañas mediáticas, otros en talleres escolares, y unos pocos en proyectos comunitarios. Esa falta de un marco común, con reflexión colectiva, provocó que los esfuerzos se dispersaran y que los resultados fueran difíciles de comparar o evaluar.

Otro desafío estuvo en la relación entre los equipos de salud y las comunidades. Con frecuencia, las metodologías partían de supuestos técnicos sobre lo que “debía enseñarse”, sin considerar los saberes locales ni las prioridades de la población. En el estudio se evidenció que, entre otras explicaciones, esto generó resistencia y desinterés: las personas asistían a las actividades, pero pocas veces sentían que respondían a sus necesidades concretas. El riesgo fue evidente: transformar la educación en un ritual burocrático más que en un espacio de diálogo significativo.

Finalmente, la investigación sobre el PDSP de 2012 en el Valle de Aburrá mostró que la educación fue vista más como un complemento operativo que como un campo estratégico. Eso implicó que los recursos destinados fueran limitados y que la evaluación de los procesos se redujera a indicadores numéricos de metas de cobertura a cumplir. Así, se perdió la oportunidad de vincular la educación a debates más amplios sobre ciudadanía, derechos y participación social en salud. En este sentido, el desafío no era solo metodológico, sino también político: ¿qué significa educar en el campo de la salud cuando lo que está en juego no son solo prácticas individuales, sino estructuras de inequidad profundamente arraigadas?

En esa línea, preguntamos a miembros de la comunidad universitaria de la UdeA, ¿qué les motiva o desmotiva para participar en sus municipios de las estrategias de educación para la salud, en el marco de la promoción de la salud? En el siguiente video están sus respuestas.

Lo que viene con el PDSP 2022

En el PDSP 2012–2021 aparecía de forma explícita la “comunicación en salud” como parte de sus estrategias, generalmente asociada a campañas masivas y programas de difusión. El Plan Decenal de Salud Pública 2022–2031 no repite la fórmula, sino que da un paso importante al acoger el término propuesto por Peñaranda de “educación en el campo de la salud pública”, como manifiesto político, reconociendo su importancia y su naturaleza compleja y dialógica. Esto significa entender que educar en el campo de la salud no es solo transmitir mensajes, sino generar procesos que incidan en la manera como la academia, el estado y las comunidades entienden, viven y transforman las condiciones que determinan su bienestar. En lugar de reducirse a actividades puntuales, la educación se concibe como un proceso continuo que busca democratizar el conocimiento afrontando las tensiones, un proceso que fortalece la participación y construye una cultura que valore la vida, la equidad y la diversidad.

Este cambio abre un horizonte más ambicioso: que la educación en salud no sea un accesorio de las intervenciones, sino una praxis capaz de articular la formación superior, la acción comunitaria y las experiencias cotidianas en los servicios de salud. El reto será convertir esa visión en realidad, pasando de iniciativas fragmentadas a procesos sostenidos que fortalezcan la capacidad crítica de la ciudadanía y su incidencia en la salud pública.

Taller comunitario. FNSP. Fotografía: Javier Henández.

IEC en debate: limitaciones y resignificación

El Plan Decenal de Salud Pública de 2012 adoptó la estrategia de Información, Educación y Comunicación (IEC) como parte de sus acciones de promoción. Sin embargo, lo hizo desde un marco restringido: la educación quedó subsumida dentro de la promoción de la salud y se entendió sobre todo como un proceso de alfabetización sanitaria centrado en la transmisión vertical de conocimientos y habilidades. En la práctica, esto derivó en actividades informativas desarticuladas, con un fuerte sesgo cognitivista.

El estudio desarrollado por el Equipo de investigación de la Facultad Nacional de Salud Pública en el Valle de Aburrá plantea que la estrategia de Información, Educación y Comunicación (IEC) ha sido objeto de muchas críticas en salud pública, en parte porque en la práctica se ha reducido casi siempre a la “I” de información: a entregar mensajes y llenar a las comunidades de datos que pocas veces se traducen en cambios reales. Se expresa que limitarla a eso es perder de vista su verdadero potencial.

Un enfoque serio de IEC implica mucho más. Supone contar con un sistema de información sólido y basado en la evidencia, que permita transitar hacia una población informada que pueda acceder a datos comprensibles y útiles para la toma de decisiones. Exige también una educación participativa y empoderadora, que reconozca a las comunidades como protagonistas de su propio proceso de aprendizaje y no como receptores pasivos de mensajes. Y, además, requiere una comunicación dialógica y de múltiples vías, que aproveche las tecnologías para fomentar conversaciones, retroalimentaciones y debates donde la comunidad tenga voz, acción y capacidad de incidencia.

Apuntan los autores que la IEC no es un modelo ni un paradigma: es una estrategia, y como tal necesita desplegar todos sus componentes para lograr articular la información con la acción, la educación con la participación y la comunicación con la transformación social.

Por último, el estudio reconoció las actividades vinculadas a las estrategias en las distintas dimensiones, comprendiendo los valores que subyacen las decisiones, así se encontraron actividades netamente transmisionistas, que fueron preponderantes, otras que complementaron la transmisión de información con provisión de bienes y servicios, provistos por entidades públicas o privadas, bajo la figura de donación y no de derecho. Por último, se reconocieron estrategias más novedosas, aunque menos comunes, que intentan ligar la educación a los determinantes económicos del desarrollo. La buena noticia es que se escucharon voces entre los profesionales entrevistados que reclaman por la reflexión y transformación de esta manera de entender y accionar la educación en el campo de la salud.

Taller infantil. FNSP. Fotografía: Gilberto Moreno.

Conclusión

El estudio en mención, que analiza el PDSP 2012–2021, mostró que la educación en salud fue comprendida sobre todo como un instrumento de transmisión de información, con acciones muchas veces fragmentadas y de corta duración. Esa mirada redujo su alcance y dejó en evidencia lo difícil que resulta transformar realidades sociales cuando la educación se limita a charlas y campañas aisladas. Sin embargo, también dejó aprendizajes valiosos: evidenció la necesidad de metodologías más participativas y de estrategias que reconozcan a las comunidades como sujetos de derecho y más innovadoras socialmente que se vinculen realmente con el propósito de transformar los determinantes estructurales, intermedios e individuales de la salud.

El PDSP 2022–2031 recoge parte de esa lección al incorporar la educación en el campo de la salud pública. Con ello reconoce que educar no es solo informar, sino generar procesos críticos, interculturales y sostenidos, capaces de fortalecer ciudadanía, democratizar el conocimiento y articular la salud con otros determinantes sociales. Este cambio supone un horizonte más ambicioso y políticamente comprometido, lo que en consecuencia requiere mayores capacidades y mayores recursos.

En ese marco, la estrategia de Información, Educación y Comunicación (IEC) merece ser reivindicada. No como un recurso limitado a la difusión de mensajes, sino como una estrategia integral que articule sistemas de información basados en evidencia, educación participativa y comunicación dialógica de múltiples vías. Solo así podrá desplegar su verdadero potencial para transformar prácticas y fortalecer el control social en salud pública.

La gran pregunta es si seremos capaces de pasar del discurso a la práctica: de concebir la educación y la comunicación como instrumentos auxiliares, a vivirlas como campos estratégicos que definan el rumbo de la salud pública en el país.

En la próxima publicación, profundizaremos en los resultados del estudio en los Municipios del Valle de Aburrá en cuanto a los logros y retos de la gestión del PDSP.

 


 

Proyecto financiado por el Comité para el Desarrollo de la Investigación en la Universidad de Antioquia (CODI).